top of page

Jamil Flores

"Semilla" (Segunda parte) 

 

IV

La calzada estaba húmeda, había lloviznado un par de minutos. Jaqueline no tenía las cosas claras sobre su porvenir, decisión que abrumaba a Raúl y al mismo tiempo le hacía sentir impotente porque sentía que nada podría hacer desde su condición. De pronto se prendió el reproductor de MP3 de Raúl por algún movimiento casual con los manos sobre la pierna, donde se encontraba su celular, y se dejó escuchar «No te quiero perder… que el amor se acabe y vuelvas a querer, otro sabor a miel…», de Carla Morrison, una dedicación de Jaqueline en aquellos frescos días de enamorados. Las lágrimas empezaron a brotar desde los surcos de sus ojos. Jaqueline se paró sin decir nada y entró a la casa de su tía cerrando la puerta y dejándose tirar como un saco pesado sobre la pared, dando golpes sordos, y las lágrimas saliéndosele hasta por los pelos. La pena era honda, para ella no era fácil, ya que tenía tanto peso el sentimiento que edificó. Raúl insistió tocando la puerta, pero no tuvo respuesta alguna. Al cabo de una hora de insistencia entendió que debía irse y esperar a que mañana surgiera alguna solución al problema.

Durante el trayecto por la carretera Santo Tomás, continuó escuchando la canción. Derramó su llanto sobre el suelo humedecido, continuando así por toda la Av. José Abelardo Quiñones y por algunas horas en la madrugada hasta que el dios del sueño lo acurrucara sobre sus brazos en un intento de consuelo, en la sala de su casa.

El sol de la mañana empañó raudamente a sus ojos, advirtiendo que tenía que presentarse en su primer día de clases. Se puso de pie de un tirón y observó la hora en su teléfono, eran 6:35, la entrada general en el colegio era antes de las 7:00 am. En esos escasos intervalos de segundos pensó en faltar en su primer día de trabajo; sin embargo, no tenía otra salida que competir con el tiempo y llegar a dicho colegio, puesto que su situación económica en los últimos meses no habían sido las mejores. Su padre había fallecido meses atrás, dejando aparte de un vacío inconmensurable, una inestabilidad económica crítica; pues, la única opción que le quedaba era acceder a tal oportunidad de trabajo. Pero nada podía con su costumbre de llegar tarde a cualquier compromiso, así que, luego de unos minutos pasados de las siete, se encontraba tocando la oficina de la subdirectora.

─ Profesor, son 7:15, ya debería estar en su aula…

Raúl se sintió avergonzado. Cuando entró al salón su mente estaba en blanco. Tan solo había preparado las sesiones y revisados el registro auxiliar de asistencia de los grados que tenía. Pero durante el día intentó mostrarse en el papel de profesor.

V

Jaqueline había tenido largas horas de insomnio en la madrugada, pues su estado emocional estaba por los suelos. La tía había preparado el desayuno muy temprano. Ambas desayunaron juntas. Era imposible solapar su mal estado, por lo que la tía intentó sacarle respuestas con preguntillas amenas y sencillos trucos psicológicos, pero no consiguió su cometido, ya que su sobrina estaba dispuesta a guardárselas a como dé lugar.

Antes de empezar a ayudar en las provisiones de la casa, Jaqueline observó el panorama en el cielo, y las cosas tampoco iban bien desde arriba. Un cielo de tono ocre era el que se presentaba con pálidas nubes en el horizonte y algunas aves de plata sobrevolando el infinito, entonces una popular emisora reproducía «Love of my life» de Queen. Retazos de sus momentos más felices junto a Raúl se deslizaban por su rostro convertidas en lágrimas, como en un intento de quitárselo de su recuerdo, porque sentía que la calaban los huesos.

El tiempo juega en contra de uno según la situación en que se encuentre, y es así como la mañana terminó siendo 2:00 de la tarde en tiempo récord. Durante la mañana, Raúl se distrajo en su clase, así que, esperó llegar a la casa e intentar entablar conversación con Jaqueline, por lo que no recibió respuesta alguna al mandar el primer ¿podemos hablar? Por mensaje de texto. Esperó horas y horas, pues no hubo indicio ni en el cielo opaco de la tarde, ni en la friolenta noche estrellada. Sentado en el segundo piso a medio terminar de su casa, Raúl preguntaba a su soledad qué haría Jaqueline en esos instantes, mientras Roberto Carlos le susurraba «Desde que me dejaste, yo no sé por qué la ventana es más grande sin tu amor…», de la emisora que él solía escuchar con frecuencia.

Horas más tarde comenzó a llover. Llovió toda la noche. Y los sinsabores del cielo se compadecieron del dolor de Raúl, que abrazaba la almohada que alguna vez Jaqueline recostó sus cabellos ensortijados. Él, atrapado en el olor de su almohada; ella, desnuda, abrazada a una fotografía que representaba sus mejores momentos de pareja. Quizá la distancia separaba a los dos, pero la circunstancia fundía ambos recuerdos, con dos bocas repitiendo nombres y dos corazones latiendo a la vez, arropados por un sentimiento herido.

A la mañana del viernes 06 de diciembre, el colegio había dado asueto a sus trabajadores. Ese mismo día Raúl y Jaqueline cumplían dos años de relación. Raúl recibió un mensaje de texto, uno que quizá mejorara su situación con Jaqueline: «Feliz día. Gracias por todo. Espero verte pronto, las puertas de mi corazón siempre están abiertas para ti. Discúlpame por lo de ayer. Ten un buen día…». Con este mensaje el corazón de Raúl empezó a dar corazonadas, emocionándolo hasta las lágrimas que competían con el brillo del sol de la mañana. Al instante respondió el mensaje con tanto amor que desbordaba su ser. Esperó la respuesta durante horas, cuya espera no le causó disgustos porque conocía muy bien a Jaqueline, así que esperó a que anocheciera para ir al lugar donde ella se encontraba alojada desde hacía mucho tiempo. En el transcurso del día reservó una cita en un café. El lugar era perfecto para aquella celebración, pese a que ya habían asistido en algunas ocasiones debido a eventos culturales y artísticos que se realizaban dentro de dicho establecimiento, al cual ambos siempre estaban prestos.

La noche cayó de prisa sobre Iquitos. Era un viernes de esos que saben a descanso, a trabajos consumados, a sueños sin alarmas y a camas eternas. Raúl dejó todo organizado esa tarde, ahora se encontraba entusiasmado en el hecho de llevar a Jaqueline y disfrutar con ella una noche especial en su café favorito. Antes había mandado un mensaje a la mujer de su vida diciéndole que iría por ella antes de las veinte horas. Así fue como se vistió con su mejor atuendo y despidió a doña Disnarda, quien le depositó un beso en la frente antes de despedirse. Salió disparado, a media hora se encontraba tocando la puerta de la casa de la tía de Jaqueline. Revisó el celular y aún no tenía respuestas del mensaje que había enviado por la tarde, así que dio los primeros golpes a la puerta de fierro, encontrándose con un sonido vacío desde el fondo de la casa. Insistió una vez más, y en respuesta, unos pasos lejanos se asomaron desde el fondo, acercándose cada vez más y más, y un poco más, hasta que dio con el seguro de la tranca metálica…

─¿Si?

─¿Jaqueline? Soy Raúl.

─ Hola Raúl ─dijo una voz sonriente por el resquicio de la puerta entreabierta.

-─¿Ya estás lista? Vine por ti. Te mandé un mensaje.

─Mmmm…

─ ¿Podrías encender la luz, por favor? ─

Dijo Raúl algo confundido.

VI

La noche empezaba a temblar por los rayos que partían al cielo en pedazos. Un viento helado rozó el rostro de Raúl, acompañado de unas gotas que empezaron a precipitarse en las calaminas de las casas aledañas a la de la tía de Jaqueline. Algunos cohetecillos reventaban los tímpanos de los perros callejeros que se guardaban de los truenos que competían en el cielo. Diciembre había comenzado con silbadores y bengalas desde finales de noviembre.

Una vez más, Raúl comprendió que ya nada se podía hacer para devolver los días en que todo sabía a felicidad. La explosión de un sentimiento indescriptible acabó por partirle el alma, prefirió en ese instante ser masacrado a golpes que recibir una noticia a la cual no estaba preparado, tal vez el dolor físico podría haber sido una alternativa para dejar de sentir lo que estaba sintiendo. Empezó a sudar frío, todo el cuerpo le temblaba, se sintió niño, desprotegido. Frágil, cual vidrio resquebrajado a punto de partirse en mil pedazos. La prima de Jaqueline no comprendía nada sobre lo que estaba sucediendo, pero al poco tiempo de escuchar a Raúl, entendió que su prima se había creado una historia distinta a la versión de un moribundo Raúl que apenas podía vocalizar. Rosa, entregó al enamorado de su prima una carta que Jaqueline había encargado que se lo diera en cuanto lo viera, cuyo escrito contenía estas líneas:

«No ha sido fácil tomar esta decisión, creo que fui cobarde al no enfrentar la realidad. No podía concebir la idea de que mis compañeros, los profesores y toda la universidad me vieran como un bicho raro. La gente nunca podrá comprender esto, y menos mis amistades. El mundo que conozco es tan cruel, y este mundo llamado Iquitos, en específico, no es el mío. No encajo acá. Y por sobre todas las cosas, no estaba dispuesta a matar a un ser que crece en mi vientre. Algún día sabrás de mí y de esta cosita que florece en mi interior, este ser que no quisiste aceptar que viviera, pero no te juzgo, porque sé que para ti sería una carga inmensa. El amor es sacrificio, ¿verdad? Pues estoy sacrificado al llevarme a esta criatura lejos, todo para que tú acabes tus estudios y realices tus sueños. No lo dudo que será así. Si algún día quieres saber de tu retoño, estaré con mi madre en Argentina. Con el dolor de mi alma, y con lo único que tengo por decir, hasta pronto, Raúl…»

Raúl leía estas líneas sentado en el café donde había reservado la cita para su aniversario con Jaqueline. Una hermosa voz femenina, a pedido de un marchito Raúl con una taza de café frente a él, cantaba «Y no me digas que algún día tal vez volverás, que por ahora no hay nada de que hablar, muchas cosas sí para olvidar, te veo venir soledad…», de Franco de Vita. El olor del café se entrelazaba con el recuerdo del aroma de la sábila y la linaza de aquel 06 de diciembre del 2017.

 

Un suspiro,

tibias lágrimas y,

memorias raídas…

FIN

bottom of page