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Ulises Pipa 

"La quema" 

Tras dos horas de caminata por una senda accidentada, llegué a casa de mi amigo Hilario. Había quedado en visitarle para las fiestas de carnaval y para ver la quema de un enmascarado que culminaría doce años de promesa al Supay, como le dicen al patrono del carnaval. La caminata me dejó exhausto. Hilario me convida un poco de jugo de caña con masato; mientras tanto, aproveché para descansar. – ¡Salud, joven! Y ve alistando esa barriga para la noche. Bebí la generosa ra- ción del masato y dejé salir un eructo de saciedad. Hilario me acom- pañó al río a bañarme, tras ayudarme a instalar mi mosquitero en el amplio emponado de su fresca vivienda. Su casa recibía la brisa del río Amazonas; él vive en la planicie de una loma y, bajo la falda de aquella loma se asienta el viejo pueblo, que en ese año iba a cumplir 320. Las melodías del carnaval sonaban y excitaban los pies de los convidados a la parada de la humisha, y la danza se consumaba al compás del bombo y la quena. Desde la loma pude ver cómo la palmera orna- mentada de regalos se erguía tirada de cuerdas por un grupo de ale- gres hombres, como también por los niños enlodados. –Joven, este año se quema Bernabé Chuma; él cumplió doblemente su promesa hacia el abuelo (Supay), un total de 24 años. Ese Bernabé es un poco huraño. Siempre ha vivido alejado del pueblo y más cuando murió su mujer. Solo se le ve cuando sale por algo de combustible y comida. Sus hijos le quisieron llevar a Lima a vivir, pero después de un viaje que hizo, ya nunca más quiso salir del pueblo. Aquel año, cuando salió de viaje, su esposa murió; según dicen, ese año no cumplió con presentarse como enmascarado y, la mujer se le fue para San Juan, se le ahogó, la Gertrudis. Tras el trágico evento, Hilario se adentró más al monte y muy poco sale. –Esta noche quisiera conocer a don Bernabé. –Sí, joven, esta noche vendrá. Mientras me contaba Hilario, yo terminaba de bañarme y el bombo baile había parado al oscurecerse. Al comienzo de la noche los zancudos salían al ataque, esto es muy común en los pueblos de la selva. Entonces, me quedé recostado dentro del mosquitero hasta oír el bombo retumbar nuevamente que anunciaba el inicio de la fiesta. Hilario había preparado la cena con algo de comida que llevé y nos juntamos a comer justo al momento cuando el bombo retomaba sus incansables sonidos. Hilario me llevó a tomar un poco de aguardiente, pues, cuando ya se presentaban los enmascarados, era lo oportuno, para ir a verlos salir del viejo cemen- terio comunal, lugar donde suelen cambiarse los enmascarados. Sigi- losamente nos metimos entre la maleza, a un lado del camino, para ver a los personajes del carnaval que pasan dando gritos y haciendo sonidos extraños dando el aviso de sus salidas. –Joven, a ver cuenta cuántos enmascarados salen o, mejor, cuenta cuántas parejas salen. Tras la sugerencia de Hilario, me puse con todos los sentidos alerta para ver y contar. Pasaban los enmascardos danzando con máscaras y ropajes, unos de mujeres y otros hacían de varones; los cascabeles en las botas dejaban el sonido en la marcha y el capataz venía soplando el silbato. La caravana pasó frente a mis ojos; entonces pude contar 13 parejas de enmascarados. A lo lejos, íbamos oyendo sus gritos y danzas con el recurrente sonido del silbato del capataz de los enmascarados.

Bajamos por el camino para entrar al pueblo y nos dirigimos a la humisha (palmera adornada con muchos regalos). Mientras, los enmascarados daban el recorrido por todo el pueblo.

Llegamos antes que ellos y nos acomodamos junto a la puerta a esperar, ya se escuchan cerca y la expectativa aumenta; los niños, un tanto tenebrosos, se juntaron en la casa para que ningún enmascarado los pescara cerca del camino o en el patio. Los enmascarados llegaron en una fila y se ordenaron; el capataz, primero, subió a la casa, saludó con unas venias y sopló el silbato. Una a una entraban las parejas danzando en círculo en la casa; el bombo y la quena manejaban el baile y el zapateo hacía mover el piso de la casa. Los enmascarados jalaban a cualquiera de la fiesta, en pleno clímax y lo cometían en la danza. Cuando la gente se movía con frenesí, Hilario me sugirió. –Joven, a ver, cuenta cuántas parejas hay o cuántos enmascarados puedes ver. –El movimiento rápido de los danzarines me hizo perder los primeros intentos de conteo. Luego, tras un análisis del vestido y el emparejamiento casual de los enmascarados, pude contar. ¡Sorpresa mía! conté 13 parejas y un enmascarado sin pareja. Volví a contar con más cuidado y la cifra no se movió. – ¿Joven ya contaste? –Hilario, hay 27 enmascarados. –Ja, ja, ja, ja. Hilario lanzó una gran carcajada – a ver, cuenta de nuevo. Conté de nuevo y ya había 13 parejas com- pletas. Giré hacia Hilario y mi cara lo decía todo. -Ese que cuentas demás es el Diablo, joven; siempre sale en esta fecha a danzar y a ver si los enmascarados cumplen con su promesa. Hilario me sacó de la casa y en el patio me convidó la botella de aguardiente con corteza para beber. –Joven, eso es normal; no te asustes. Yo estaba callado y la oscuridad que rodeaba la casa y el pueblo empezó a darme pánico; los sonidos de las aves nocturnas me asustaban como nunca. Me llevé un vaso de aguardiente a la boca y, de un solo sorbo, sentí que el líquido iba calentando mis entrañas. Me sentía un poco extraño. No quería volver a dormir a casa de Hilario. Empecé a beber hasta embriagarme, para así alejar el miedo. La mañana me sorprendió en mi cama; no recordé cómo habíamos regresado. Hilario partía las leñas para la candela. Me aproximé al borde de la loma para ver el pueblo a lo lejos y vi un cono que bailaba, estaba forrado con hojas de plátanos secos y con ropajes viejos. Danzaba alrededor de la humisha y un enmascarado le prendió fuego. El fuego iba consumiéndose poco a poco las fibras de las ropas y las hojas, hasta llegar a la cúspide del cono. Dentro del cono, en medio de un armazón de cañas sujetas a su cuerpo, se dejaba ver Bernabé. –Se sacó el armazón de golpe y se quedó solo en pantalones, se los quitó y corrió aceleradamente hacia el río. Vi que se sumergía en el Amazonas entre chapuzones, para luego tocar tierra como hombre libre y sin pecados. Deuda saldada al Supay después 24 años de promesa.

Diarios de campo.

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